sábado, 7 de mayo de 2011

Líneas imaginarias, línea punteada

Hablar de país propio, en país ajeno, dificulta la tarea de despojarse de ese patriotismo característico de las jornadas futboleras. Quizás, es la nostalgia y el extrañamiento hablando en tercera persona, quizás son ellos los que nos persuaden a tomar partida, a recordar las razones por las cuales uno ama el lugar donde nació.

283 561 km² de país nombrado por una línea imaginaria, una línea que se creó por las necesidades de la Misión Geodésica, necesidades saciadas después de comprobar que la Tierra en efecto no era completamente esférica. Sin embargo, ahora se sabe que esta supuesta división, la del planeta en dos hemisferios, en los de arriba y los de abajo, no fue trazada en el lugar correcto. La connotación de recibir el nombre de una línea no solo irreal sino errónea fue una sentencia que atravesó el territorio nacional de este a oeste. Es insólito pensar que las primeras referencias con relación a este nombre se encuentren registradas en las Noticias secretas de América si pensamos que la nación ha estado supeditada a ser silenciosa, reservada e incluso como dice el propio Carrera Andrade “secreta”.

Ecuador, a pesar de ser un país con regiones, climas y recursos naturales muy similares a los de sus vecinos, ha sido un lugar poco visible. Parece ser un espacio remoto para las metrópolis. Las pocas referencias actualmente se restringen a aspectos políticos, obviando elementos más interesantes. Quito es la capital oficial más alta del mundo, ubicada en la mitad de los Andes y tiene el centro histórico más grande y mejor conservado de toda América. Pero entonces ¿por qué tan pocas menciones a un lugar con este tipo de características? Creo que la respuesta está en el territorio. Sus pocos kilómetros cuadrados engañan a quien se acerca a un mapamundi, pasar por alto a un país tan pequeño en una región de territorios extensos es tarea fácil. No es mi intención enaltecer y peor aún persuadir al lector de lo “maravilloso” que es el Ecuador, es más una especie de ejercicio para permitirme esclarecer los motivos de mi País Secreto.

El siglo XX marcado por sus guerras mundiales no contó con la participación del Ecuador; en su interior se estaba lidiando un conflicto limítrofe con Perú. Recuerdo que en mis primeros años del colegio el mapa ecuatoriano tenía una gran línea punteada que delimitaba un territorio que aún estaba en disputa. Lo cierto es que las fronteras cambiaron y aquél espacio amazónico del Ecuador fue adjudicado al Perú. La guerra del 41 y los subsecuentes conflictos dejaron una sensación de humillación que poco a poco, fue desapareciendo hasta transformarse en un episodio histórico que se lo recuerda con cierta insatisfacción pero que ahora ya solo hace parte de la memoria ecuatoriana.

Si bien, este asunto fronterizo marcó un hito en la historia entre los países vecinos, las consecuencias no sólo se vieron en una disminución territorial. Muchas de las producciones literarias también se sumieron en una época de reducción que provocó una menor difusión a nivel internacional. La tarea de redimensionar la literatura ecuatoriana ha cobrado mayor interés e impacto en los último años, intentando abandonar la idea de un país silencioso y desconocido; cualidades, que si bien pueden parecer negativas tienen también un encanto misterioso innegable.

No encuentro mejor manera de terminar que citando el poema, Lugar de origen de un grande de la literatura de mi país, Jorge Carrera Andrade.

Lugar de origen

Yo vengo de la tierra donde la chirimoya,
talega de brocado, con su envoltura impide
que gotee el dulzor de su nieve redonda,

y donde el aguacate de verde piel pulida
en su clausura oval, en secreto elabora
su substancia de flores, de venas y de climas.

Tierra que nutre pájaros aprendices de idiomas,
plantas que dan, cocidas, la muerte o el amor
o la magia del sueño, o la fuerza dichosa,

animalitos tiernos de alimento y pereza,
insectillos de carne vegetal y de música
o de luz mineral o pétalos que vuelan.

Capulí -la cereza del indio interandino-,
codorniz, armadillo cazador, dura penca
al fuego condenada o a ser red o vestido,

eucalipto de ramas como sartas de peces
-soldado de salud con su armadura de hojas,
que despliega en el aire su batallar celeste-

son los mansos aliados del hombre de la tierra
de donde vengo, libre, con mi lección de vientos
y mi carga de pájaros de universales lenguas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario