domingo, 13 de febrero de 2011

martillo en dedo

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Despertó en medio de un mar azul petróleo que de manera intermitente parecía penetrar en la casa desde donde observaba el ir y venir, el pasar. Su mirada, fija contra el cristal de la última ventana, encontraba en ese movimiento una búsqueda fuera del tiempo existente, viviendo un lugar y un tiempo determinado solo por unos cuantos segundos.

Habían llegado hace pocos días, su padre realizaba tareas de reajuste. Martillaba una, dos, tres veces y él no podía dejar de pensar en cuán inmersos estaban todos en estas constantes transformaciones, transformaciones que se convertirían en sucesos vividos y estos a su vez en recuerdos para ser recordados o bien olvidados.

Era un lugar alejado de la ciudad, un pedazo de tierra erosionado que había desdibujado la tradicional entrada del mar. La casa se elevaba unos 10 centímetros del suelo, soportada por 4 pilares que impedían que el oleaje llenara la casa de agua.

Mateo hojeaba un álbum de fotos de la familia, los recordaba lejanos, algo ajenos a él, como si el recuerdo fuera de otra persona; a pesar de esto, esos recuadros de épocas pretéritas lo alimentaban y le permitían llenarse de imágenes soñadas a través de las cuales, ahora podía contar su vida.

Los incesantes golpeteos de la sala lo devolvían a esta realidad, modulada por el abrir y cerrar de boca, desde donde sale toda una historia que nos cautiva incluso más que lo vivido. De repente un intenso quejido calló el martilleo, era su padre… era el martillo en el dedo.

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