lunes, 21 de febrero de 2011

mi nieto el basuco

Avanzaron por toda la veintiséis, los verdes azulados volvieron a sorprenderla como si fuese la primera vez que su mirada pasara sobre ellos. La ciudad oscurecida tenía su encanto: enmascarada de luces difuminadas por el smog, , musicalizada a un compás partido y voces aguardentosas, ocultada por agua lluvia encharcada en los grandes huecos de las avenidas principales… “pero qué bonita está la ciudad” pensó.

Hubieron intentos fallidos de comunicación, ella atinaba solo a sonreír, él preguntaba, ella buscaba su mirada por el retrovisor y asentía… quería continuar sumergida en aquél relato sobre la minúscula isla diseminada en el mar Egeo, pero eso por ahora tendría que esperar… Atravesaron el puente de la cuarentitres, pasaron por delante de la entrada de la universidad y no pudo evitar mirarla con cierta nostalgia, no había duda… extrañaba ese espacio…

Pararon frente al semáforo en rojo, miró a la derecha y ahí estaba la panadería que hacía parte de su caminata diaria, debían ir a la izquierda, miró a la izquierda y un letrero de “prohibido virar” la desalentó... “ojalá se anime a ir a la izquierda, o sino tocará dar una vuelta mucho más larga” se dijo a sí misma… El semáforo se puso en verde, él viró y preguntó “¿así?”. Ella estaba casi segura de que sólo lo había pensado, pero una vez más sólo pudo sonreír y asentir.

Llegaron y las dos maletas estaban ya en la puerta de entrada, sacó un billete de cincuenta y mientras él entregaba el cambio pasaron dos mujeres con un pequeño perro, una de ellas llevaba una gorra con una peluca de rizos negros y en una mano un tetero con algo de leche. Se acercaron pidiendo plata para “la leche de su nieto”. Ella aún absorta en aquella comunicación falta de palabra no supo como reaccionar; él atento, él habituado, le dio algo de dinero -que después se daría cuenta era parte de su vuelto- y dijo “mi nieto, mi nieto el basuco”.

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